Redes Sociales: un antes y un después

Todos estamos acostumbrados a pasar horas y horas conectados a las redes sociales: nos levantamos por la mañana y lo primero que hacemos es mirar el whatsapp, en el tren camino del trabajo leemos la actualidad en 140 caracteres, a la hora de comer repasamos facebook para saber lo último de esos amigos con los que antes tomabas cañas todos los jueves…

Casi parece mentira que hasta hace relativamente poco estas redes que han cambiado nuestra forma de relacionarnos ni siquiera existían: Twitter cumplirá diez años en 2016, y Facebook sólo es un par de años más viejo…

El cambio ha sido tan profundo, que costumbres que habíamos mantenido durante toda nuestra vida, (escribir cartas a los amigos, llamar por teléfono para felicitar un cumpleaños, quedar para contarnos las cosas…) han quedado desterradas de nuestro día a día, para convertirse en un recuerdo agridulce para los más nostálgicos de un mundo analógico.

Incluso nuestra manera de relacionarnos con ellas ha evolucionado rápidamente. Ya no es sólo que nuestras circunstancias personales sean distintas, sino que el mapa de las redes sociales es tan variable y vertiginoso que fascina ver cómo en tan poco tiempo ha cambiado de manera significativa nuestra manera de usarlas:

De modo que todos los que somos padres recién salidos del horno, casi sin darnos cuenta hemos pasado de tener conversaciones eternas por Messenger para quedar con la compañera de facultad que nos molaba a organizar las fiestas de cumpleaños de nuestros hijos mediante grupos de Whatsapp. Las competiciones por demostrar quién era el que más sabía de música o por promover su banda en Myspace ahora se reducen a buscar canciones infantiles en Spotify y reproducirlas en bucles infinitos (aún a riesgo de destrozar la poca credibilidad musical que te quedaba). Y los esfuerzos por ser el más guay del Fotolog ahora los dedicamos a llenar Instagram de fotos de nuestros chiquillos o de selfies familiares (intentando eso sí, ser los padres más cool del parque).

Y hablando palabros de moda, hoy he leído un artículo sobre los DILF, ese ¿nuevo? prototipo de padre sexy, que ahora parece poner a cien a más de una… Pero no nos desviemos de nuestro tema (A todas las cazadoras de DILFs sólo podemos deciros que estéis atentas a estas páginas en las próximas semanas…).

Pero como no sólo de selfies va la cosa… todo influencer sabe que las redes sociales también son una herramienta imprescindible para hacer llegar su mensaje a su comunidad. Y sobretodo saben lo importante que es elegir el canal adecuado para cada mensaje así como el tono y el momento que mejor se adapten a su objetivo.

Así nosotros los padres, como influencers que somos, debemos manejar multitud de canales y registros para dirigirnos a nuestra audiencia. No porque esta sea diversa sino por lo cambiante de su actitud y su receptividad según el contexto. No es lo mismo intentar con un tacto exquisito que dejen de estucar la pared de espinacas, que obligar a un par de zombies a que se despeguen del iPad, lo que requiere una estrategia cuidadosamente planeada y una paciencia infinita, además del riesgo de sufrir algún mordisco o arañazo.

Y a veces tenemos al (permítaseme la expresión) troll en casa: esa madre con la que no conseguimos ponernos de acuerdo, que si decimos blanco ella dice negro, que desautoriza (seguramente con razón) todos nuestros argumentos y que siempre parece saber más que nosotros de todo lo relacionado con los niños… Así que a veces es mucho mejor dar la razón al moderador, que enzarzarse en una sucesión interminable de reproches por DM… porque al fin y al cabo, en las redes sociales también hay espacio para la cortesía.

Por todo ello es que los dadfluencers debemos ser unos maestros de la comunicación y unos expertos en estrategia de identidad digital. Como siempre, desde estas páginas intentaremos ayudaros a desarrollar tan gratificante tarea con éxito. Aunque ahora en vez de fardar de música, lo hagamos de nuestros hijos. :)

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